Si le interesa la literatura latinoamericana, probablemente disfrutará las visiones y lecciones que ofrece ‘Respiración artificial’ sobre el aporte de los argentinos. Si, además, es de las legiones de lectores que se deleitan hurgando en la obra de Jorge Luis Borges, y creen que él es una base en la que se fundan gran parte de las letras de este lado del mundo, disfrutará todavía más las 220 páginas de este libro. Y si, encima de todo, le gustan las historias que se desenvuelven a través de inadvertidos saltos en el tiempo, los laberintos que se enroscan en sí mismos girando en torno a tramas con visos de investigación policíaca, plagadas de decenas de alusiones a autores clásicos, definitivamente pasará una gran experiencia descifrando la primera novela de Ricardo Piglia.
Publicada en 1980, aún es considerada un hito de la nueva literatura argentina, y su valor ha resistido bien el paso de los años. Sin embargo, esas características señaladas previamente en este comentario sobre su trabajo, más que bondades que lo hagan apetecible y digerible para un amplio espectro de lectores, operan como condiciones requeridas para llegar a disfrutarlo. Casi exigencias.
Es una lectura sobre la lectura, un texto que da la impresión de estarse escribiendo a medida que se lee, porque su argumento es la escritura misma de una historia. ¿Qué tan cierta es, qué tan verdadera su denuncia? Un escritor quiere averiguar una verdad y se topa con otra anterior, mucho más grande, con un imprevisible relieve político.
El retrato de dos realidades medio mitológicas que se transponen, a medida que se va descubriendo más y más su textura. Alguien recibe cartas del futuro. Esconden un código, anuncian algo. Una revelación enclaustrada en la memoria de un viejo loco y adicto. Injusticias históricas, tejidas bajo el signo de la dualidad que marca a una nación, que arrastra viejas virtudes que hoy reconoce lamentables. Argentina es Latinoamérica, aunque Europa la empape como el Río de la Plata; en sus letras, en sus ideas, en sus nostalgias y debilidades.
Aquí están las claves de esa relación, que también tocó a Colombia y sus letras. La admiración por esos intelectuales europeos venidos a menos, que llegaron buscando refugio y lo mejor que encontraron fuimos nosotros. Hallaron tierra fértil para que su credibilidad renaciera en el sur del continente. Inflados por el delirio de inferioridad local. Luces de una cultura manoseada, abriéndose paso entre sombras de conspiraciones y dictaduras.
Respiración artificial postula algo. La literatura termina siendo un envase para realidades que no se pueden contar en algún momento; sea por presiones políticas, sociales, familiares. Y también, para otras que apenas se presienten.
Pero no a todos nos interesan hoy los remordimientos trasnochados.
Por Iván Bernal Marín
Publicado originalmente en la edición impresa del diario La República, el 22 de marzo.