Alberto Salcedo Ramos: la historia del contador de historias

Terraza del restaurante Donde Yiya, de comida costeña en Bogotá. Alberto Salcedo Ramos entrevistó aquí a decenas de amigos y familiares de Diomedes Díaz. El periodista barranquillero escuchó horas y horas de situaciones y anécdotas sobre el cantante vallenato.

Las que narraban mejor su historia, figuran ahora en su libro La Eterna Parranda, una recopilación con las mejores crónicas que ha escrito en los últimos 15 años. Otras cosas, “muchas, pero muchas otras”, las sigue considerando hoy “muy feas o de muy mal gusto”, para que se conozcan públicamente.

Alberto siguió las huellas de Diomedes por cerca de 4 años, y por 4 meses escribió las 60 cuartillas de Word que salieron publicadas en la revista SoHo. Fue lo que más le impactó, lo que a su juicio definía mejor el personaje, lo más representativo. Pero además, “la gente me echaba cuentos de muchas cosas. Cuentos sobre el problema de las drogas, muchos cuentos con mujeres. No los podría repetir, no estaría bien. Vi fotos de Diomedes en situaciones lamentables. Sus propios amigos tienen en sus casas esas fotos de él, y me las mostraban con una frescura”. El cantante siempre se negó a hablar con el periodista; Salcedo incluso se enteró de que Díaz llamó a su madre para que no lo fuera atender. Pero ya habían hablado.

El cielo en Bogotá amaneció hoy mal del estómago; afuera truena, llueve a cántaros y todo es gris. Adentro, el restaurante es acogedor, cálido, y a Alberto lo saludan desde las cocineras hasta el portero. La de Diomedes es una de las 27 crónicas que cupieron en su libro, de las 40 que había seleccionado en principio. Otra es “El Testamento del Viejo Mile”, de la cual también dejó cosas por fuera; solo que estas sí se pueden contar.

En los primeros seis meses después de que el samario Carlos Vives grabara La Gota Fría, su autor, el compositor guajiro Emiliano Zuleta,  recibió 400 millones de pesos por regalías. Cuando Alberto fue a su casa a entrevistarlo, había pasado un año desde que Julio Iglesias hubiera grabado esa misma canción. “El Viejo Mile hizo cuentas alegres: si por la grabación de Carlos Vives me entregaron 400 millones, por esta necesitaré tres o cuatro bodegas para guardar la plata”. Pero lo encontró furioso, “echando pestes” y amenazando que iba a demandar al cantante español. Lo único que Emiliano había recibido esta vez era un disco de cortesía y un reloj, imitación de Rólex, con una foto de Julio Iglesias en el talco.

“Quienes leen esa crónica quedan de pronto encantados por las cosas que cuento ahí del viejo, y no echan de menos esto”, pero él, como contador de historias, sí se arrepiente de no haber incluido la escena en el texto de su libro. Está ahora sobre el mantel a cuadros de la mesa. “El libro es como si hicieras un viaje por Colombia, están representados los temas que han marcado la actualidad nacional de los últimos años. Pero es la mirada de alguien que decidió bajarse del bus, y caminar; que decidió encontrarse más cercanamente con los lugares y personajes”.

En la portada se ven músicos tocando tambores y clarinetes. Más allá de que uno de los textos sea un extenso perfil del tormentoso ídolo del folclor vallenato, el título del libro alude a Colombia misma: un país sumido en una parranda eterna. Hay historias del conflicto armado, de víctimas de la violencia de todas las regiones del país, pero también de bufones, perdedores, y héroes comunes y corrientes.

“En varias historias está el tema de la parranda, no solo como fiesta, sino como disturbio de los sentidos, como espacio de irresponsabilidad. A veces uno utiliza la palabra ‘parrandearse’ algo para dar connotación de que ha sido derrochado irresponsablemente, como los recursos públicos”.

La crónica del Salao encarna esta ambivalencia que ha definido el país en los últimos años: El pueblo que sobrevivió una masacre amenizada con gaitas.

En la contraportada aparece un comentario de un columnista del periódico ABC de España, Ignacio Ruiz Quintano, que dice que “el inglés tendrá a Guy Talese. Pero el español tiene a Salcedo Ramos”. Alberto considera a Talese el dios tutelar de todos los periodistas narrativos, el que mejor combina las dotes de reportero con las de escritor. Con modestia, entiende la frase como un halago bonito. “Las editoriales suelen usar eso para mercadear, y los escritores elogiados de esa manera suelen no enojarse”, termina con una risa amplia y la cara enrojecida.

Los lectores de EL HERALDO reconocerán a Salcedo Ramos como uno de los columnistas habituales del diario. Nacido hace 47 años en Barranquilla, criado por sus abuelos maternos en Arenal, Bolívar, también es autor de cinco libros de periodismo narrativo. Ha sorprendido con sus crónicas a los lectores de revistas como Arcadia, El Malpensante, Gatopardo de México, Ecos de Alemania, Courier International de Francia, Etiqueta Negra de Perú, Dinners de Ecuador, y SoHo, que lo bautizó como “el mejor cronista de Colombia”. Sus letras se han incluido en antologías en inglés, al francés y alemán. Ha ganado el premio Rey de España, el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa y el Simón Bolívar en cuatro ocasiones.

Ante este alud de méritos, es caudaloso el listado de halagos que le dedican en los medios de todo el país. A lo cual, él recuerda una “ironía maravillosa” de Jorge Luis Borges… “últimamente tengo conflictos con los elogios que me hacen, porque siempre creo que se quedaron cortos”. De entrada parece una muestra de soberbia, pero se apresura a explicar a qué se refiere. “Los elogios pueden malacostumbrarlo a uno, hacerle daño. Si uno no sabe digerir un elogio, puede volverse perezoso, perder la motivación. Si uno cree que ya lo ha demostrado todo, que uno ya ha hecho lo que tiene que hacer, empieza como a morir un poco”, dice Salcedo Ramos.

Habla con frescura, intercalando palabras con estallidos de risas espontáneas. Gestos que certifican su modestia. “Me cuesta trabajo madrugar, no me gusta. Pero cuando lo hago por hacer mi trabajo, cuando tengo que hacer una crónica, lo hago con gusto… me levanto feliz, porque voy a hacer lo que me encanta”.

Asegura que conserva intacto el impulso de los periodistas jóvenes, recién egresados de facultades, y que apenas reciben su primera oportunidad de escribir. En sus palabras es palpable esa emoción, esa frescura de querer sorprender. “Me esfuerzo por contar la historia de la manera más honesta que me es posible. Muy sincera, emotiva… me gusta dejarme sorprender por la realidad. Si algo me toca, me gusta que lector sepa que eso me tocó. No me gusta hacerme el indiferente, tampoco hago alardes de sensibilidad. Procuro contar historias que me conmuevan. Confío que si me conmueven a mí, pueden conmover a los demás”.

Terminó su carrera de Comunicación Social y Periodismo en 1985, en la Universidad Autónoma del Caribe. Tenía 22 años. El paso del tiempo ha traído la obligación de ir madurando más y más, ajustando el rigor al escribir. “Si de pronto en algún momento, me sorprendo repitiéndome, me castigo con una dureza que no tienes idea, borro eso. Si noto que ya utilicé el tono, las cosas que digo, las figuras literarias”. Ha tenido que escuchar miles y miles de historias a lo largo de todo el país, pero gracias a ese madurado rigor ha evitado caer en confusiones, repetirse, o dejar de contar historias que sentía necesario contar. “He contado lo que he querido contar, ni siquiera porque sea muy listo, se refiere a que he sido necio y persistente”.

Acaba de lanzar La Eterna Parranda, y lo presentó en la feria del Libro en Bogotá. Ciudad donde vive, donde lee de a 2 a 3 libros cada mes, donde oficia como profesor de la Universidad Javeriana, desde donde viaja a dictar talleres internacionales de periodismo para la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

Ahora está bajo los tragaluces del restaurante, protegido del frío y el agua. Se ve la playa, palmeras, tucanes y guacamayas, dibujados en una cortina de cuentas multicolores. Los muebles y las ventanas son de un marrón envejecido, y hay botellas de Old Parr como decoración. Pidió un tinto luego de almorzar arroz con coco, tal como hiciera el sargento William Pérez cuando le contaba sobre su falta de apetito en 10 años de secuestro.

Así comienza su crónica El enfermero de los secuestrados, con el militar comiendo con voracidad de camionero. Era en otro restaurante, también de comida costeña, como aquí. Donde Salcedo debe estar cómodo, donde ha escuchado tanto de lo que ha contado.

Solo que por esta vez, él es el entrevistado.

¿Sinatra es a Talese lo que Diomedes es a Salcedo?

Es una analogía que quise evitar, tratando al máximo de hablar con Diomedes. No quería que pensaran que lo dejaba de entrevistar porque Talese dejó de entrevistar a Sinatra. Ni él dejó de hacerlo, ni yo; sencillamente los dos personajes no quisieron colaborar. Más allá de esa circunstancia, las dos crónicas no tienen prácticamente nada en común. Son personajes distintos, dos universos diferentes. Sinatra era un lord delante de Diomedes. En realidad, a mí no me interesaba concentrarme en la figura de Diomedes, sino él como expresión de una cultura.

 

¿Cómo así?

Cuando uno se ocupa de un personaje de estos, la gracia consiste en ver cuáles son los vasos comunicantes con el entorno social al que pertenece. El reto no es decir si era de una manera u otra, sino darle al lector elementos de juicio para entender porque el país produce ídolos de este tipo. Yo hice el intento de hablar con él, muchas veces. Mi intención no era lincharlo moralmente, ni someterlo al escarnio público. Mi intención era contar su historia con respeto a su derecho a la intimidad, pero también al derecho de los lectores de estar bien informados.

 

¿Cómo empezó Salcedo Ramos en el periodismo?

Empecé en el diario El Universal de Cartagena. Lo primero que cubrí fue la fuente de Judiciales. Después era un redactor volante que hacía el descanso de todo el mundo. Haciendo eso, aprendí claves de la vida periodística. La gente a veces tiene una mala percepción mía; primero que todo yo soy un periodista. A veces me dicen cronista como si perteneciera a un estrato diferente. Pero eso no me hace ni mejor ni peor, simplemente me hace distinto. Yo fui y soy periodista. Cubriendo fuentes aprendí a medir el pulso de la realidad, viajé por valles, montañas, cubrí inundaciones, cumbres antidroga, reinados de belleza. Me ensañaron a conocer el país.

 

¿Y cuándo comenzó con las crónicas?

En El Universal estuve seis años, y me publicaron muchas crónicas. Tenía libertad para hacerlo. Pero nadie me las regaló, nadie fue a la casa a tocar la puerta a decirme lo felicito, se acaba de ganar la posibilidad de hacer crónicas. No. Lo primero que ocurrió para yo hacer crónicas, fue que yo quise hacer crónicas. Para lograr eso, me tocaba sacrificar mi día libre que eran los jueves. El día que descansaba me iba para un pueblo a buscar una historia. Incluso al principio tuve un jefe de redacción al que no le gustaban las crónicas. Para publicarlas, tenía que esperar que descansara. Cuando se iba, yo publicaba una crónica. Todas esas cosas me llevan a concluir, un poco jactanciosamente, es que si uno está hecho de una pasta coherente uno no se deja extinguir, ¡uno va pa’ adelante!.

 

¿Cómo termina en Bogotá?

Vine a Bogotá en 1992, hace 19 años. Llegué a trabajar en un noticiero deportivo: Grand prix del Deporte. Al año siguiente empecé en el noticiero internacional Mundo 3. Luego tuve mi propio programa de crónicas en televisión, Vida de Barrio, que duró tres años. Cuando acabó, empecé a escribir crónicas en Soho, Malpensante. La crónica ha sido una pasión tan grande para mí, que hubo una época que no me las publicaban, y entonces hice un libro con ellas. Se llamó: De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho. Fue para meter esas historias que yo quería contar y nadie me dejaba contar. Ya había publicado 2 libros, ‘10 juglares en su patio’, con Jorge García Usta, y otro que se llamó ‘Los golpes de la esperanza’, sobre boxeadores. Crónicas también.

 

¿Cómo haces para ser profesor, tener que revisar textos de estudiantes, organizar clases en otros países, y sin embargo, escribir crónicas con regularidad?

Me toca duro. Para escribir un escritor necesita comprar su tiempo, cómpraselo a sí mismo. La mayoría de gente que escribe en Colombia o trabajo como profesor, o como periodista. Entonces escribe su obra en el tiempo que le sobra después de hacer el trabajo del día a día. Kapucinsky siempre habló de la doble agenda: tenía unas historias que hacía para el medio que le contrataba, y las que él quería dejar como testimonio de su trabajo a lo largo de los años. Eso lo he aplicado bastante. No estoy de planta en ningún medio hace muchos años. En revistas como Malpensante y SoHo he podido contar con espacio suficiente para mis historias.

 

¿Y cómo hace para medir los tiempos? A Diomedes lo investigó casi por 4 años. ¿Cuándo sabe que tiene suficiente material?

Cuando los cuentos empiezan a repetirse. Cuando empiezo a notar que las cosas que me dicen los personajes que estoy entrevistando sobre un tema, ya se están repitiendo.

 

¿Por qué no ha escrito nada de ficción?

No descarto hacerlo algún día. La razón por la que no se me  ha dado por escribir ficción es porque la estoy pasando muy bien escribiendo no-ficción. En la medida que yo encuentre que la realidad está llena de sorpresas; que encuentre que la realidad me permite también hacer literatura, pero de no ficción; en la medida que encuentre que la realidad me permite aspirar a unas ciertas formas de la belleza a través del lenguaje, me voy a sentir bien allí.

 

¿Qué dice sobre los escándalos por ficción en el periodismo narrativo?

A cada rato veo periodistas que rectifican, y gente que hace investigaciones corrigiendo datos. Pero casi nunca veo rectificaciones de periodistas narrativos, es curioso. Creo que uno solo cuenta los hechos de manera diferente, pero el punto de partida es una materia prima sagrada: la realidad. No hay necesidad de inventar nada. La realidad escribe mejor que nosotros.

 

¿Cómo lanzar un libro ahora, cuando se vaticina la desaparición de los medios impresos?

Estas historias están hechas en formato libro. Son historias que aspiran a perdurar, a tener una duración más larga que la que da el papel del periódico. Creo que es la forma de dejar un testimonio sobre lo que es el país y la época que me ha tocado. Ese testimonio a mi me gustaría que fuera para todo el mundo, pero aspiro a encontrarme los lectores que me merezco, sean muchos o sean pocos. Hay una inmensa minoría, y es más inmensa de lo que creen muchos editores. Cada rato se está hablando de la desaparición de los medios, pero cada vez están publicando más y más cosas. De España me contactaron para publicar una crónica mía en una antología. Creo que uno debe tener claro cuál es su nicho; hay un nicho para lo que uno hace.

Yo escribo para las personas que quieren las historias. A las que no les interesan, a mí tampoco me interesan. Estamos a mano, entre criminales perfectos. Creo que las historias son necesarias, pero no soy tan iluso de pensar que para todo el mundo. Ahora mismo vas a un cambuche de damnificados por las inundaciones, y veras que por las noches alguien está contando historias. Es imposible sobrevivir sin historias.

 

¿Cree que una noción de espíritu Caribe ha jugado un papel en su prosa?

Total. La prosa mía tiene un ritmo que es del trópico, del Caribe. Yo crecí oyendo alimentándome con una gran tradición oral. En la Costa hay mucha gente capaz de mantenerte en vilo en una historia; gente que no tiene ninguna formación literaria, campesinos incluso, que son capaces de encantarte con una narración. Mis primeros acercamientos a la narrativa fueron a través de esas voces populares; después he tenido una formación académica, lo he estudiado. Pero sí soy depositario de una tradición, si me he alimentado de esa tradición y además soy orgulloso de eso. Si de algo me siento orgulloso, es de la tradición de narradores que he tenido en el Caribe.

 

Cierran medios impresos, crece Internet y a los periodistas jóvenes se les dibuja en las universidades un panorama pesimista. ¿Qué mensaje les envía a ellos?

Que tengan su proyecto. Los medios tienen un proyecto, y uno peca porque empieza a trabajar para un medio y a veces descuida el compromiso que uno tiene consigo mismo. Los medios son anteriores a ti y sobrevivirán sin ti. No tengo nada contra el hecho de trabajar en un medio, cuando he escrito para alguno lo he hecho siendo honesto, respetándolo, queriéndolo, siendo agradecido. Pero jamás pierdo de vista que tengo un compromiso conmigo mismo. Y a eso le he apuntado, a que mi voz no sea  la voz de ningún medio. Que la forma de mirar reflejada en mis crónicas, sea mi mirada. Yo invito a los muchachos a que sean así también. Que le apuesten a un proyecto personal. Cada vez van a cerrar más medios, se van a complicar más las cosas laboralmente para encontrar espacios. Pero si tienes un proyecto sólido, que lo cultivas y eres perseverante, en algún momento vas a ver los frutos.

 

Por Iván Bernal Marín

Versión original publicada en el diario El Heraldo.
http://www.elheraldo.co

Acerca de Iván Bernal Marín

Editor y periodista con estudios en filosofía. “La libertad del cronista permite contar mejor la verdad”, EMcC.
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