La tristeza de ser un burro en Barranquilla

Burro

A pie pelado camina por la arenilla hirviente que cubre las calles del centro de Barranquilla a las 11:00 de la mañana. El día apenas comienza para algunos. Para él se cumple la séptima hora con una carga de frutas ya no tan frescas que nadie quiere comprar.  Tres personas, dos cajas de ropa amontonada y varias torres de periódicos se suman a los cientos de plátanos apiñados uno sobre otro que lleva sobre su lomo.

“Qué Dios me bendiga”, es el mensaje pintado con letra temblorosa, brocha gruesa y color rojo en un tablón verdoso al costado de la carretilla que arrastra.  Es casi del doble del tamaño de su cuerpo. Quien lo pintó, es decir el chofer del carromula, se refería a que lo bendijeran exclusivamente a él, no a la criatura que todos los días lo lleva en su espalda para que el mensaje se convierta en una realidad comestible.

La letra tiene la misma consistencia que las piernas del tembleque burro, ‘Casio’, nombrado en honor a una imitación barata de reloj de pulsera de uno de sus dueños. Aún no se acostumbra a desfilar por la fogosa pasarela urbana, a pesar de llevar todos los días de su vida adulta haciéndolo. Es solo uno de los 4.000 equinos usados como carromula que se calcula hay en la ciudad.

Al reloj hace rato se le acabó la batería, en cambio el burrito sigue aguantando. Sobre un sillón que se aplasta encima de su lomo descansa todo el peso de la carreta, que vibra de un lado a otro con cada paso que da. Cabuyas y correas de cuero lo atenazan a su carga. Le toca alzarla y arrastrarla, ya que es de un solo eje en contra de las normas.

Los huesos le sobresalen de la descolorida piel grisácea. Exhibe cicatrices negras, raspaduras resecas y venas hinchadas por el esfuerzo, pero nada de músculos.

“Estos animales son víctimas del sobrepeso, maltratos y falta de alimentación. Uno les quita el aparejo que llevan arriba y el animal está lleno de llagas abiertas. Se caen y se mueren en la mitad de la calle. El peso les causa infarto, ya no pueden más y se ahogan como cualquier persona”, asegura el Sargento Luis Guillermo Hernández, coordinador de la Policía Ambiental del Atlántico.

Cuando se dice que se trabaja como un burro, por lo general no se tiene una dimensión real de lo exagerado que es la afirmación.

Cuando se dice que se trabaja como un burro, por lo general no se tiene una dimensión real de lo exagerado que es la afirmación.

Casio tiene la cabeza fijada en el resplandor del piso, tal vez pensando que con desplomarse descansaría. “Son animales de labor pero son seres vivos que no dan la talla de un automóvil. Cuando el ejemplar se desploma por cargas excesivas lo que hacen es levantarlo a golpes”, precisa Luz Estela Ordoñez, directora de la Sociedad Protectora de Animales del Atlántico.

Uno de los que va en la carreta grita en busca de clientes. Otro le tira besos de judas a Casio para que se mueva. Al mismo tiempo le patea el rabo y le da latigazos con un cable. Lo más cercano a una caricia o una palmada de ánimo en la jornada.

Salió desde las 5:00 de la madrugada, después de una noche corta en una estación de burros, donde lo alquilan como un taxi en turnos sin descanso. “Hay unos grandes propietarios que monopolizan el mercado de los animales y los viven alquilando. Salen de un turno y los meten en seguida al otro. Le hacen una explotación comercial sin darles el merecido tiempo para reponer el esfuerzo”, indica Ordoñez.

Así es tratado, como carro ajeno. Lo meten por donde sea, lo patean y lo zarandean y la única comida que le dan es la grama de las jardineras que encuentra en sus recorridos. “Hay quienes viven del alquiler de carretillas para viajes, con el animal incluido. Lo único que les interesa es que les lleven la cuota que deben pagarles, sin importarles si maltratan al animal”, precisa el Sargento Hernández. Quedó atrapado en este negocio de la ciudad desde pequeño, lejos del campo y cumpliendo todo tipo de tareas.

Casio y sus compañeros equinos se comportan como los animales que son. No arman sindicatos ni luchan por sus derechos, y nadie más lo hace. No entienden que deberían aprovechar un descuido de sus jefe para devolverles el favor, patearles la cara y huir lo más lejos que puedan.

“Se tiene La mala cultura de no proteger estos animales aunque les estén sirviendo para ganarse la vida. Se pierde el principio de autoridad al no tener una acción contundente para hacer la incautación del animal. Cómo no hay un centro de acopio ni un lugar donde dejar al ejemplar maltratado, nos quedamos con él por un rato y después tenemos que devolverlo al dueño”, apunta Hernández.

Ha dejado el rastro de sus excretas por toda la ciudad, ya que a veces sirve a carromuleros que recogen escombros en construcciones al norte, sólo para botarlos dos cuadras más adelante. No conoce el campo natural para el cual nació, donde sus pies no serían tan maltratados por la falta de herraduras. Él no tiene la fortuna de otros burros, que duermen en la casa de sus dueños. “Hay gente que tiene el animal en la casa. Lo meten en la cocina y duerme dentro del área de vivienda. Es un conflicto que se genera por las excretas y el orín con los vecinos en barrios como El Bosque, Mequejo y Porfin. Ellos portan enfermedades porque no los vacunan y hacen falta caballerizas comunales en áreas cercanas a la ciudad”, asegura la Sociedad protectora de animales.

Llevan una carga que no es suya, y lo único que reciben es golpes y maltratos por su devota labor.

Llevan una carga que no es suya, y lo único que reciben es golpes y maltratos por su devota labor.

Se acerca el fin de la jornada de Casio. El sol se ha ocultado, la luz se ha ido, pero el peso de su carga no ha bajado, ya que ha ido creciendo con chatarras que quienes lo conducen han ido encontrando durante el día. Pasa al lado de un caballo al que le toca traicionar a los de su raza. Lleva en su carreta a compañeros de sangre minusválidos, enfermos y moribundos directo a mataderos clandestinos. El burro no sabe que así mismo va a terminar él. A estos animales no los dejan descansar ni muertos. Terminan colgados en pedazos, en carnicerías al lado de restos de vacas.

“Hay un mercado negro de venta de la carne de los equinos. Cuando no dan rendimiento en el trabajo los matan. Ese es el destino de los animales que les sirven al hombre”, afirma el Sargento de la Policía Ambiental.

Si el trabajo lo hizo Dios como castigo, quien sabe que le habrán hecho los burros y caballos barranquilleros que les tocó la peor parte. Los choferes le hacen sentir a sus animales esta premisa al extremo.

Luz Estela Ordoñez señala que hay denuncias de maltratos peores a estos animales“Les soplan el humo de la marihuana por las fosas nasales. Les chuzan el ano con puyas. Es vergonzoso”. El burro pela la boca y parece que se ríe. Asoma una pianola de enormes dientes encajados desordenadamente en las encías, mientras los ojos se le empequeñecen y pliega las orejas hacia atrás. Es la única vida que conoce y conocerá.

Se acerca a la estación a las afueras de barranquilla. Estuvo todo el día caminando, llegará y esperara unas horas hasta que alguien más lo alquile. Dos cuadros de cuero le tapan los ojos y no le permiten ver hacia otros caminos. Es obligado a seguir un rumbo que otros le imponen. Guiado por un ser más inteligente que él a sus espaldas. No razona, no elige, no puede revelarse y discutir con el dueño de su destino. Los que si eligen son los que sin tapaojos ven esto todos los días. Saben que hay opción, saben que se puede hacer algo. Pero lo único que eligen es mirar a otro lado.

Por Iván Bernal Marín

Publicado originalmente en las páginas del diario El Heraldo, en algún mes de 2008.

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Acerca de Iván Bernal Marín

Editor y periodista con estudios en filosofía. “La libertad del cronista permite contar mejor la verdad”, EMcC.
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