Todo eco del grito de la independencia ha sido disipado en la Casa del Florero de Llorente, donde resonó hace 201 años. Aquí, entre muros a un extremo de la Plaza de Bolívar, lo que se oyen ahora son los gritos de un niño de 6 años llamado Maicol Felipe. A chillidos, le advierte a sus compañeros del kínder Howard Garden que no se vayan a quemar la cola en la chimenea imaginaria que acaba de construir con bloques de madera.
En esta vivienda, escenario de un episodio simbólico en la historia de Colombia, no hay chimenea. Aunque por dentro está invadida por brillos de todos los colores.
Siguen aquí los balcones de barandas de madera verde, el tejado rojizo cubierto de musgo, las jardineras verduscas y redondas de pizcas púrpura, rosadas y naranja, el piso de piedras lisas, las columnas de roca áspera, las paredes blancas, y las palomas. Entran y salen, gorjeando entre los pies de los guardias que custodian las rejas; como mensajeras del eterno bullicio de vendedores de minutos y tintos, paleteros y fotógrafos de llamas, que viene de esa plaza considerada el corazón de Bogotá y el país.
Las palomas entran sin pagar boleta. La vieja edificación en la calle 11 con carrera séptima cobró vida como el Museo de la Independencia Casa del Florero, reinaugurado en julio del año pasado. A las personas adultas les cuesta 3 mil pesos visitarlo. Desde entonces, han venido 118.833 a conocer de primera mano la historia del grito y la pelea por el florero; historia que con los años se ensanchó hasta alcanzar matices míticos. Para contar lo que de verdad pasó, la muestra fue renovada, modernizada con proyectores, pantallas táctiles y otros dispositivos. Cambios tras los cuales ha mantenido un promedio de 9.903 visitantes mensuales, sin contar las palomas.
Maicol y sus compañeritos llegaron en una visita educativa. Probablemente no tengan la menor idea de lo que quieren decir las exposiciones, ni la trascendencia de lo que ocurrió aquí un 20 de julio como este, dos siglos atrás. Pero quizá en el fondo sí; y ríen, corren y no dejan de gritar y es evidente que se gozan esta nueva versión de la historia, contada a modo de un gran videojuego interactivo, con sensores de movimiento tipo Nintendo Wii. O, más bien, tipo Museo del Caribe.
El Caribe Libertador.
El Museo del Caribe inspiró a los encargados de rediseñar la Casa del Florero, proyecto que inició en 2002. Su ejemplo los movió a independizarse, del yugo de la muestra estática y lóbrega que mantenían desde 1960; se basaba en la conservación de los antiguos muebles de la vivienda.
“La manera como se presentan los contenidos en el Museo del Caribe le interesó mucho al Ministerio de Cultura. Le consultamos y la gente nos respondió: queremos un museo interactivo, dinámico y moderno”, afirma Daniel Castro Benítez, director del Museo de la Independencia.
Habla entusiasmado, mientras camina por un bosque de árboles de luces; cada uno representa a los grupos poblacionales involucrados en la independencia, y tienen frutos como videos o la brida del caballo de Antonio Nariño.
Castro se siente orgulloso de compartir la nueva forma de dialogar con los públicos, comenzada en Barranquilla. Le enorgullece que el centro del país miró a la Región para renovarse. “Siempre hay un reclamo de que se mira al centro, y no a las regiones; pero el Museo del Caribe es un pionero en Colombia en la forma de vincular a sus visitantes con los contenidos, y se convirtió en la guía para desarrollar la nueva fase de uno de los museos más importantes del país”.
Caminando por las salas de la casa se encuentra una recreación de la tienda de Llorente, con todos los productos que vendía entonces: sal, algodón, telas, joyas. En un panel táctil se puede ver que vendía cajas de herramientas a 160 reales, unos 4 días de trabajo de un soldado, y que eso equivaldría hoy a 25 mil pesos.
Cuando se realizaron las consultas al público para renovar el lugar, una petición fue que contuviera más contexto sobre la independencia. En respuesta, en paneles dirigidos por la sombra del brazo se ven los cambios políticos y militares que experimentaba el mundo en esa época; o cómo ha cambiado la zona de la Plaza a través de los siglos. Tirado en una hamaca, puede verse en el techo una animación sobre el concepto de independencia.
Al salir, un gran muro hace una pregunta suelta y directa: ¿de qué quieres independizarte?. Una visitante llamada Rubiela Vargas dejó en una hoja su respuesta: “de la corrupción de nuestros grandes mandatarios”. Todas las piezas de la exposición lanzan preguntas como esa, conducentes a la reflexión. El propósito es que ese grito de la independencia que se conmemora hoy, se considere de manera más amplia.
“La independencia es un asunto que no se agota. Tal vez ni fuimos realmente independientes en 1810, ni tampoco lo fuimos al 100% en 1819, cuando Bolívar vence a los españoles en la Batalla de Boyacá. Cuando preguntamos al público si se siente realmente independiente, dicen que tal vez no tanto; sea por factores políticos, sociales o afectivos”, explica Castro, sobre su intención de mantenerse como un foco del mensaje inicial de la independencia.
Ese es el trasfondo de la experiencia histórica y sensorial de recorrer la casa. En cuya sala más alta está el eje de la exposición y de la celebración de hoy: la verdad sobre el florero.
La verdad.
El florero de Llorente es en realidad una especie de base chata de porcelana, con una incomprensible figura de merengue alado. Como un ramillete que no desentonaría en el centro de una mesa con mantel de encajes e individuales de flores. Pero nadie podría imaginar que por culpa de algo tan difícilmente bello se haya independizado un país.
En el museo tienen la explicación. Todo fue un hecho planeado por un grupo de notables bogotanos. Un viernes 20 de julio buscaron una disculpa para que se convocara al pueblo a un cabildo abierto y extraordinario, y revisar el rol de los criollos en Bogotá.
Los criollos llegaron a la tienda del español José González Llorente, quien al parecer no tenía muy buen genio. Castro dice que “hicieron un complot para pedirle el florero, para darle la bienvenida a un comisionado que venía de España. Logran molestarlo, sacarle la piedra”. El español se niega a prestarlo, argumentando que de tanto hacerlo se va a dañar. Lo exasperan tanto que les dirige palabras soeces, y se arma una trifulca. En ese momento había plaza de mercado, así que los criollos salen, acusan al español de estarlos tratando mal y convocan al pueblo.
“Lo que había en España entonces era una invasión francesa. El pobre rey estaba secuestrado. Lo que los criollos querían era que volviera a su trono. El malo en ese momento era Napoleón”. Las primeras declaraciones de los cabildos eran a favor del rey español. Pero la ley decía que cuando no hay rey, el poder vuelve al pueblo. Por esa rendija comenzaron a llegar las declaraciones de independencia absoluta; se desataron los procesos para convertir las colonias en naciones libres.
“La independencia no nació por un florero. Hubo un complot”. Bogotá era la capital del virreinato, por eso se ha identificado que aquí se dio un grito de independencia, uno único. “Hubo muchos otros gritos de independencia, entre comillas, en otros lugares antes y después del 20 de julio”.
Esos otros gritos quedaron anónimos, porque ninguno estuvo asociado a un símbolo tan contundente como la ruptura de un hermoso adorno. El símbolo mítico de un supuesto florero destrozado, estallando en cientos de añicos que luego habrían tenido que ser barridos a un lado, como la hegemonía española. La verdad, es que el florero sigue intacto.
Por Iván Bernal Marín
Publicado originalmente en El Heraldo
http://www.elheraldo.co/tendencias/un-foco-de-la-independencia-inspirado-en-el-caribe-30155