Sin importar cuáles sean las circunstancias, un barranquillero se distingue por la capacidad de sortearlas con una fuerza potente y contagiosa: su alegría natural. No parecen hacernos falta razones para reír o celebrar; o, más bien, las encontramos en cualquier cosa. La facilidad para bromear con sinceridad, y de esta manera saber reírse incluso ante la fatalidad, es uno de los rasgos más distintivos del ser barranquillero.
Una cierta musicalidad o espíritu de celebración instalado en la perpetuidad, en otro plano. Quizá por haber crecido experimentando tan repentina y cercana la violencia de la naturaleza, por salir a jugar bajo la lluvia cuando los relámpagos obligaban a apagar los televisores y descubrir cualquier día los arroyos arrastrando carros como barquitos de papel. Quizá por haber presenciado desde niños que incluso el poderoso río Magdalena se queda chiquito cuando se encuentra con el mar Caribe, por comprobar que el picó del vecino no deja de sonar aunque se haya muerto el abuelo y presentir lo vano que es intentar ir en contra de la marea de la tragedia. Entender que la fiesta, la risa, no solo es antídoto sino también refugio inexpugnable. Así como el súperpoder de anular la existencia del resto del universo cuatro días al año. Por todo eso, un barranquillero no tiene ninguna duda de que exista una identidad barranquillera. La respuesta es sí. En parte, también, por la conciencia de que a nuestro lugar de nacimiento le han dedicado canciones una constelación de estrellas, aunque a nadie le guste hablar de los problemas bajo su cielo. Porque aquí, como en el mar, cabemos todos; aunque la arena sea gris y las olas golpeen con palos, y haya hijos de turcos, portugueses, italianos y hasta cachacos. Sentimos ganado el derecho de creernos los reyes del mundo. Porque no sabemos, o no queremos ni nos importa saber, que el mar suena igual aquí que en cualquier lado.
Iván Bernal Marín
Respuesta entregada para una edición especial preparada en abril de 2015 por la Revista Actual, en razón de que Barranquilla cumplió 202 años de haber sido erigida como villa. Una pregunta que todo barranquillero debería responderse.