Empieza a lloviznar. En minutos, las calles de arena donde Jeison Cañate Cassiani hace ‘pinolitas’ se convertirán en arroyos, y arrastrarán palos y bolsas de basura como barcas. La casa del niño de 11 años quedará hundida entre los charcos que suelen empozar el barrio Nueva Colombia. Cuando llegue a Italia, adonde lo llevarán por su talento en el fútbol, podrá decir que vive en una versión costeña de Venecia.
Jeison ni se inmuta con las gotas que mojan su camiseta de insignias bordadas, y la pelota de estrellas no se le resbala; sigue haciéndola rebotar sin esfuerzo, como si un elástico invisible la atara al empeine. El uniforme que viste es del AC Milan, ganador de 18 títulos internacionales, y campeón 17 veces del Calcio, la liga italiana. Él fue para muchos el mejor de los 200 barranquilleros que participaron en el Milan Camp 2010. El año pasado marcó 10 goles en el primer torneo de la Afrocolombianidad, organizado por la Secretaría Distrital de Deportes.
Era entre niños de 10 barrios, y de la mano de Jeison, Nueva Colombia salió campeón. Cristian Muñoz, técnico del equipo Sport Boys, lo reclutó; le consiguió pantalonetas, medias, zapatos y transporte para que pudiera jugar en la Liga del Atlántico. Este año lleva 12 goles anotados. Por ese potencial que ha demostrado lo llevarán a la ciudad italiana, en la que aspira conocer el estadio San Siro, la catedral futbolística donde se le rinde culto a algunos de sus ídolos, como Ronaldinho o Alexandre Pato. “Brasil se quedó fuera del Mundial porque no los llevaron a ellos”, dice Jeison, viendo los arroyos crecer ya desde el patio de su casa.
El punteo agudo de una guitarra champetera entra por allí, entre un baño artesanal y una mata de plátano, e inunda los 5 o 6 metros en los que cohabitan sala, cocina y comedor. En lugar de madera, las puertas de los dos cuartos son sábanas de tela colgantes. Pero no faltan el televisor ni el equipo de sonido.“Aunque no tenemos tevecable”. Conoce al Milan por partidos que ha visto en casas de amigos, y porque es uno de los equipos más fuertes en los videojuegos de Playstation 2. “Lo escojo a veces”, cuando va a jugar con sus amigos, al salir de las clases de quinto de primaria en el colegio La Libertad.
El 31 de julio Jeison cumple 12 años jugando en la cancha de la calle, nunca con uniformes originales, siempre con bolas de caucho. No sonríe ni dice mucho para demostrar su felicidad. Hace dos días era otro niño más jugando entre zanjas y piedras, esquivando carros. Hoy es una celebridad en el barrio, y su estupor demuestra que no está acostumbrado a ser el centro de atención. Es el menor de los tres hijos de Faustino Cañate y Diana Cassiani. Él tiene 45 años, ella, 39; él es albañil, ella ama de casa. Faustino nació en Palenque, Bolívar, pero a los 14 años llegó a Barranquilla. Poco a poco fue construyendo la casa, con materiales que iba consiguiendo. En la terraza aún hay pilas de escombros, láminas de techo oxidadas y ladrillos corroídos.
Faustino nunca ha jugado fútbol, ni sabe nada de Italia como país o selección. Pero su hijo mayor, Jhon Emery, sí sabe de dónde viene la vocación de su hermano, y se entusiasma mucho más con el viaje. “Es lo que él desea, desde chiquito siempre está pendiente de los partidos, que se lo lleven para que tenga un futuro más grande”. Jhon, 15 años, explica que dos tíos, hermanos de su mamá han sido futbolistas. Abel Cassiani, quien jugó en el Real Cartagena, y Amaudecy, que jugó en el Alianza Petrolera. Ambos delanteros, como Jeison.
Ha sido él quien le ha contado de otro Faustino que no es su papá. Asprilla, que se fue a Italia y brilló como goleador. También sobre Messi y Kaká, dos de los mejores jugadores del mundo, que desde niños fueron reclutados por importantes clubes europeos; uno por el Barcelona de España, y el segundo precisamente por el Milan.
El abuelo de Jeison, Andrés Cassiani, es el más alegre con la oportunidad que ganó uno de sus 23 nietos. “Eso es un don que Dios le manda a uno, una estrella con la que se nace”, dice sonriente el hombre de 62 años, y recuerda algunos cuentos de hadas futboleros que se han hecho realidad. Esos en los que el niño pobre o enfermo alcanza la cima del mundo, después de sudar muchas camisetas y aguantar muchas patadas.
En la sala-comedor-cocina Jeison calla, mientras su abuelo y su papá dejan ver el contraste de los relucientes dientes con la piel negra. “No se arrugue, hay que ir con ánimo, no molestarse si el técnico lo regaña”, el abuelo empieza a darle consejos, pero la mirada del niño sigue perdida, quizá pensando en el autógrafo que quiere pedirle a Ronaldinho, o en el avión en que tendrá que montarse, o en salir a bañarse en la lluvia y dejar esta entrevista tirada. O en todo al mismo tiempo.
Hablando de la eliminación de Italia y Brasil, Cassiani lanza una sentencia sabia:“en el fútbol no hay nada escrito”. Detrás de los cuentos de hadas hay historias de sacrificio y disciplina, y las oportunidades son en realidad retos. No lo dice por asustarlo, es que quiere que Jeison termine en Milan y no en la Venecia italiana. Esa ciudad construida entre el agua, de románticas góndolas y canales, cuyo equipo nunca se ha destacado mucho: está como en la séptima división.
Por Iván Bernal Marín
Publicado en el diario El Heraldo
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