El librero juniorista que llega a trabajar a las 11

Este personaje me hizo volver a la aldea de letras ya leídas:

La mayoría de ventas de libros usados alrededor llevan un par de horas abiertas. Son las 11 de la mañana y él no aparece. Es el tercer día intentando contactar al barranquillero que resucita biblias y colecciones de fascículos en una feria de libros permanente en Bogotá. Y no aparece. Como los días anteriores, sus vecinos cachacos vuelven a decir que “como buen costeño” nunca abre su negocio temprano. Llega a las 9:30, o a las 10, o al medio día, o en la tarde, dice Vanessa Pérez, la vendedora del local de enfrente, sonrojándose en una sonrisa complacida.

Por un corredor del centro comercial Tercer Milenio entra un flaco trigueño de bigote canoso, columpiando largo los brazos y los pasos. “¡Habla burrro!”, exclama apuntando el dedo a la cara de uno de los que se regodeaba hablando de él. Sube la pestaña metálica de un local, y deja a la luz un escudo del Junior resplandeciendo en un afiche; un dálmata manejando un triciclo, y Muhammad Ali conectando un zurdazo. Nadie debe presentar a Eduardo Sierra para descubrir que es él, el barranquillero inscrito en la Biblioteca de Babel del centro de Bogotá. Como esa biblioteca mística concebida por Jorge Luis Borges, 4 cuadras de la capital del país parecen contener infinitas veces todos los textos posibles; en ellas se intercambian, recuperan y renegocian letras leídas y releídas.

Eduardo ha sido agente de estos intercambios los últimos 24 de sus 54 años. Tiene funciones específicas, entre los centenares de locales y puestos callejeros tapizados de títulos. Llegó con rollos de papel bajo los brazos; ahora corta bordes de hojas encuadernadas, les aplica goma y ajusta una caratula. Compra libros y biblias desbaratadas por 2 mil pesos. “Los libros de segunda son como mejores”, disfruta saber que alguien ya disfrutó ese texto, que restaura para alguien más; le gusta el eterno retorno de las obras ya consumadas, ya leídas, que siguen reviviendo siempre en la lectura de otro y otro. “Los dejo otra vez bacanos”.

Les acomoda páginas, les confecciona portadas en cuero o percalina. Uno bien rehabilitado lo puede vender hasta en 10 mil pesos. No mucho, y casi todos los vendedores hacen trabajos parecidos. Ante la competencia Eduardo se ha convertido en una especie de cazador, de un improbable tesoro del mundo editorial: se especializa en los fascículos educativos que, hace meses o hace años, circularon en los periódicos de todo el país. “Los recojo, los colecciono y armo un libro”. Tiene a sus espaldas unos 100 empastados en la estantería. “La gente me los trae, les faltan uno o dos fascículos. Se lo cambio. Le doy uno armado, me quedo con el que trajo y le cobro lo que vale el fascículo y el montaje”.

Historia universal, valores humanos, recetas caseras, geografía, universo, palabras que se leen en los lomos. En los filos de las repisas los acompañan botas de cerámica juniorista con lapiceros, camisetas rojiblancas de 2 centímetros y un reloj tiburón. Eduardo asegura que su nicho es muy conocido. “La gente llega vendiendo fascículos y les dicen: ves donde el costeño que es el man que trabaja con eso y te compra”. Por este local con aspecto de armario, de dos metros y medio de ancho, paga 150 mil pesos mensuales. Le acondicionó un equipo de sonido, y un reproductor DVD.

Suena un reggae. Recién llegado otros vendedores le intentaron hacer competencia. Palparon la oportunidad de negocio cuando venían compradores buscándolo. “Esto tiene su secreto”. Eduardo compara los fascículos con las laminitas de los álbumes de fútbol o chocolatinas. Algunos son difíciles de ubicar, “porque de pronto ese día se vendió más el periódico por una noticia que salió, y ya no se encuentra”. Él sí sabe cuáles son los más apetecidos, y ofrece la armada. Los otros no, así que desistieron.

“Hay manes que vienen de pueblos a comprarme, sobre todo profesores, médicos y arquitectos”. Llega uno de sus compradores fieles, el “viejo Ángel” Arévalo. Un bogotano de ojos verdes, arrugada piel y pelos blancos. Hace 6 años le compra. En su local, Eduardo vende una colección armada por 30 mil pesos. Ángel los revende. Va de casa en casa pidiendo por ellos 50 ó 60 mil pesos, para negociarlos a un precio mínimo de 45 mil. “Los requieren mucho. Cuando las cosas son escasas, se valorizan más”, dice el viejo, hincha de Santa Fe.

Al Filo del Caos, El Universo Desbocado, La Última Oportunidad, son algunos de los títulos en el mostrador de Eduardo. Cuestan 8 mil pesos. La venta de colecciones y libros le ha permitido sostener 3 hijos. Lina y Junior ya están en la universidad; Cesar aún no termina el bachillerato. Vive con ellos lejos del centro; a veces dura 2 horas metido en una buseta para llegar al local. “Es como si todos los días me fuera de Barranquilla a Cartagena, Bogotá es un caos, nunca tranquila”.

Llegó a esta ciudad sin planearlo. Un día sentado en la puerta de su casa, en el barrio Sevillar en Barranquilla, sus hermanos le dijeron que metiera 2 pantalones en una maleta y se subiera al Renault 4 porque venían para la capital. Ellos se devolvieron. No les gustó el frío que a Eduardo sí. Un hermano es escritor y el otro hace historietas. Todos viven de las letras, indirectamente. “Es una vena que viene de la enseñanza de mi abuela”. Se llamaba Romualda Vargas, era de Aguachica, Cesar, y se pensionó como maestra de primaria en Magdalena. “Nos llevó a la lectura. Era de esas que cogían el brazo y se lo amarraban a uno para hacer planas”.

Eduardo se quedó y bautizó su negocio Piedra de Horeb, en honor a la historia bíblica de Moisés y las tablas de los mandamientos. Es evangélico, y la más sincera razón de la escogencia es que ya conocía muchos Ríos de Agua Viva y Monte Síon, nombres que se le ocurrieron primero. En medio de las colecciones, erigida al lado de una biblia azul, un libro rojo consagra la devoción que inspira sus únicas prédicas: Una Historia de Diamantes. “Ser hincha del Junior aquí es duro. Todos los cachacos, del Medellín, América, Caldas, van a que Junior pierda. Cuando perdemos la montada es brava”. Es un ejemplo de resignación y sacrificio. Aunque siempre que puede, pontifica. “Pero el último campeón que vio el Viejo Ángel fue cuando tenía como 10 años… vagamente se acuerda, se volvió viejito y nada”, el hincha de Santa Fe lo mira, calla, y rápido cambia el tema pidiendo que baje una colección de biología.

El Viejo también había llegado desde las 10 de la mañana a la feria del libro permanente, buscándolo. Eduardo jura que se levanta temprano a coser libros en su casa, a recorrer barrios y sectores donde lo conocen, a buscar fascículos, o a negociar bibliotecas enteras con gente que lo llama. “Creen que es por ser costeño que llego a las 11, pero cuando vengo aquí ya vengo laborando”. Ahora el Viejo Ángel vuelve a sonreír.

 

Por Iván Bernal Marín

Publicado en El Heraldo

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Acerca de Iván Bernal Marín

Editor y periodista con estudios en filosofía. “La libertad del cronista permite contar mejor la verdad”, EMcC.
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Una respuesta a El librero juniorista que llega a trabajar a las 11

  1. Nidya dijo:

    Jaajaj que bonito reportaje

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