La virgen que saca al ruedo la fe

Virgen del Carmen Un transeúnte desprevenido podría creer que la Virgen del Carmen que corona la esquina del Patinódromo, en el norte de Barranquilla, se achicó de repente, como avergonzada, en la víspera de la fiesta en su nombre. Una versión portátil, tamaño smartphone, ocupa este 15 de julio el cajón de vidrio que opera como altar en la estación de taxis Villa Tivoli. Los 40 centímetros de cerámica de la imagen, que suele concentrar allí la fe de unos 40 taxistas, desaparecieron.

Pero en lugar de esconderse, la Virgen del Tivoli salió a ponerse bonita. Quien la llevó al salón de belleza fue Otto Reales. Un rosario plateado le rodea el cuello. Expolicía, ha sido taxista en los últimos 35 de sus 55 años. Hoy es el más devoto de la estación, según el resto de conductores que esperan sentados bajo la sombra de un árbol una bendición cotidiana: la llamada de un cliente necesitando un servicio. La imagen chiquita en el altar es “el reemplazo, para que no quede vacío”. Todos los años, por estos días, hace la labor de edecán. Lleva a que le den una mano de pintura al objeto de sus oraciones, para que vuelva a salir como nueva en la caravana de cada 16. El único milagro que le pide y le agradece a cambio es “que le vaya a uno bien en lo que se hace todos los días”.

Otto Reales muestra una imagen de la Virgen en su taxi.

Casi en cada parque de la ciudad hay altares de vidrio parecidos, al lado de garitas. Más que señal de la propagación de un culto neomariano, indican la presencia de estaciones de taxis. Esa advocación católica de la Virgen María, tradicionalmente considerada como patrona de los mares y las fuerzas militares en varios países, fue adoptada por los conductores y transportadores colombianos como su protectora. Eso la convirtió en protagonista de vallenatos y acordeonazos, más allá de alabanzas en tono de piano, y sacó su culto de los templos a las carreteras.

 

Creencia vial

El taxista William García siempre lleva a la Virgen en el bolsillo. Muestra la estampa redonda, enmarcada de cuero. Abajo cuelga la llave del carro que le sirvió de herramienta para pagarles educación profesional a sus tres hijos, hoy de 30, 32 y 34 años. William tiene 56. Conduce hace 14. Por 23 trabajó como instrumentalista industrial y mecánico de aviación. Hasta que quedó cesante, compró un carro, “había que trabajar” y empezó a encomendarse a diario. “Lo protege y lo guarda a uno de las malas horas”, dice, canoso, con una camiseta de Junior, sentado al lado de Otto en el jardín de espera de la estación. Antes de salir de su casa en Puerto Colombia a una nueva jornada, reza a Dios y a la Virgen. Pide que le “guarden el camino”; no solo frente a atracos, también “para que no cometa una imprudencia… que guarde a las personas que van adelante y atrás mío”.

 

William García muestra la Virgen en su llavero.

 

No ha sufrido nunca accidentes graves. Hasta ahora su taxi no le ha dado motivos para lamentarse, más allá de las reparaciones, pues se está poniendo viejo, como él. “Aquí todos somos señores mayores. Cuando comencemos a morirnos queda esta vaina sola”. Suena el timbre de la bendición. Alguien requiere un servicio. Otto y William se vuelven a separar con una pregunta: “¿Vas tú o voy yo?”.

Más preguntas así, más carreras, y morir de viejos, es lo que pedirán hoy cuando suban a la parrilla de uno de los taxis la imagen de 40 centímetros recién pintada, y salgan con ella a pitar. Dando por sentado la creencia metafísica, para ellos ha de resultar razonable invocar a una imagen a la que se le atribuyen intercesiones en situaciones de peligro. Según la agremiación Sinchotaxis, solo en 2014 fueron asesinados 13 conductores en Barranquilla durante el ejercicio de su trabajo. Este año van, al menos, dos.

Aunque no es tan común encontrarlos, hay taxistas jóvenes, así como los hay que no se encomiendan a la Virgen. Como Luis Morales y Edgardo José Viana, de 24 y 23 años. Ellos dos conversan en un solar del parque Tivoli, al pie de sus carros a un lado de donde están maquillando a la imagen, pero no tienen nada que ver con ella. “Sé que es el día de la Virgen pero no voy a celebrar ni salir en caravana. Toca trabajar”, dice Luis, que luce tribales tatuados en el cuello y los codos. Los vehículos se ven relucientes, último modelo. “Eso son los que tienen carro propio, los que les ponen vírgenes. A nosotros nos toca pagar tarifa”, aclara Edgardo, moreno, delgado, de cabello raso, que se rasca la oreja con la llave. En el andén lavan carros ante un paisaje cortado por cajones grises, nuevas construcciones terminando de tomar forma.

 

Virgen en el bolsillo

 

Él cree en el dinero, en “camellar duro y aprovechar que otros están celebrando”, para llevarles de comer a sus dos hijos de 6 y 1 año. Este ha sido su primer y único oficio hasta ahora. “Todos los días tengo que sacar 100 puntos para el carro”. Superar esa barrera de los $100.000 implica más de 20 carreras diarias, con una mínima de $5.000. El carro es de un vecino al frente de su casa en La Ciudadela. Cada día debe pagar la tarifa, $50.000; la afiliación a la frecuencia por la que le llegan carreras al radio, $10.500; llenar el tanque de gas, $20.000, y lavar el carro, unos $10.000. Luego de apartar lo necesario para almorzar, el resto que logre conseguir es ganancia. Necesita la intercesión de los billetes para combatir otro fantasma igual de real: el hambre. Así sea día de fiesta, carnaval o lo que sea.

La fe de los conductores

 

 

Misma fe, otras ruedas

Una Virgen del Carmen de unos dos metros levanta el polvo por la carrera 2 en el barrio Costa Hermosa. Carga un niño Jesús entre ángeles regordetes a sus pies. Se le aparece a todo el que se topa por detrás con la buseta 30 de la ruta CTA de Cootratlántico. Sin reducir la marcha, el pregonero y conductor de este altar sobre ruedas expone los motivos profundos de su convicción católica: dice que su fe por María salvó a su primer hijo. “Tuvo problemas de la vista cuando nació. Los ojos se le irritaron por un accidente. Siempre le pedí”.

Jaider Santana empezó a conducir cuando tenía 18 años. Hoy tiene 28. Se dedicó a esto “por la costumbre… desde pelaíto iba con el viejo mío”, que era ayudante de buses. Ahora, del volante obtiene el dinero para sostener a sus 3 hijos: Jaider Jesús, el de cinco años que “ya está bien”, otro de ocho meses, y uno más que está en el vientre de su esposa, María Cantillo. Uno de sus hermanos es mecánico, el otro, conductor en la Policía. Mientras recibe monedas de pasajes en la cabina bordada con flecos azules, rodeado de calcomanías con oraciones a la Virgen, dice que le reza en cada viaje. Aunque el bus no es suyo, planea sacarlo temprano en una procesión para “bendecirlo”.

 

Altar sobre ruedas Jáider Santana mira a través del retrovisor. Al lado las imágenes de la virgen.

 

Milagros de carretera

La fe transportadora también se eleva a vehículos de mayor cilindraje, con hasta 18 ruedas. Así es el camión, o tractomula, que maneja Juan Pablo Gómez. Con acabados niquelados y contundentes que se elevan al aire, recuerda al Optimus Prime de los Transformers hollywoodenses. Solo que en lugar de insignias extraplanetarias, lleva en un costado a la Virgen María, y atrás, a Mariana Pajón con el mensaje “The best of the world”. Confiesa que su otra fe es por la ciclista. “Soy muy fanático”. Está parqueado en una estación de gasolina más al sur, a pocos metros de la salida hacia Santa Marta por el viejo Puente Pumarejo. Allí, entre tanques, en un jardín arrinconado al lado de un aviso que dice “Zona de pits”, hay una estatua de la Virgen.

Juan dice que su fe le ayudó a protegerlo en un accidente. Viene de Chía, acabó de descargar lo que traía. 24 horas en carretera. Todo por el 10% de un cargamento de derivados de leche por $3,2 millones. Irá a misa en la fiesta de la Virgen, antes de cargar y salir de regreso a su tierra. Hace este tipo de recorridos por todo el país, y ha tenido muchos accidentes. Uno grave. “En la madrugada se pasó una camioneta Ford Explorer de la otra vía a la mía, por los lados de Boyacá, hace como 5 años. Cayó sobre el capó”. A él no le pasó nada. El conductor del otro carro no sobrevivió para contar cuál era su fe.

Juan Pablo Gómez, al lado del retrato en su camión.

Juan es de Ubaté, Cundinamarca. Tiene 39 años. Empezó a manejar a los 16. Comenzó con camiones pequeños y fue subiendo de llantas hasta llegar a una “mula refrigerada”. No es suya. La conduce hace un año, y apenas la cogió le instaló el retrato de María en una ventana de la puerta. En el fondo de su cartera tiene un espacio reservado una pequeña estampa de la Virgen, entre las fotos de sus bebés adornadas con dibujos de Bugs Bunny.

 

La congregación

En el centro de Barranquilla existe lo más cercano a una flota mariana, o quizá, la mejor prueba del arraigo popular de esta fiesta. En la calle 38 con carrera 36 se entremezclan sin parar buses intermunicipales, que entran y salen a lo largo del día, en estelas coloridas como velones de feria.

Es lo que llaman ‘la nevada’, aunque también podrían llamarlo la base de operaciones de Cootranscreencia, o el lugar sagrado de la Orden Expreso Carmelita. A lo largo del día llegan a este punto decenas de carros a cargarse de pasajeros y salir rumbo a los pueblos, en un ritual que se repite, en promedio, cada media hora en distintas direcciones. Aquí los vehículos son mucho más que vagones de sillas de metal sobre llantas. Son convertidos por sus conductores en templos móviles, con variopintos retratos de la virgen en las ventanas (algunas parecen la de Guadalupe), y pequeñas estatuas instaladas sobre la radio que hace sonar vallenatos, la palanca de cambios o los espejuelos del tablero de instrumentos. Los choferes han pasado la víspera de la fiesta comentando cómo serán los desfiles y eventos programados. La antesala del momento en que la fe se entremezcle con pólvora, licor y parranda, en un coctel capaz de enrojecer a cualquier virgen.

 

 

Sobre eso están hablando tipos como Miguel Caballero, 52 años, camisa de cuello abierto y escapulario brillante. El conductor que cubre la ruta Baranoa-Barranquilla va por la calle orgulloso de la dialéctica popular que inspira su parecido con Diomedes Díaz. “Vaya, Cacique”, le gritan, y él aprovecha para recordar que Díaz le cantó a la Virgen. También los hay fieles de pocas palabras como Henry Padilla, de 52 y Biblia abierta al lado del timón.

Aquí, José Zanabria muestra el dibujo de la Virgen que cubre su espalda, o la del bus, cada vez que conduce. Una pintura de unos dos metros que costó unos $450.000. Moreno, robusto y alto, le atribuye a su fe el hecho de que nunca ha sufrido ningún accidente, ni él ni sus seres queridos que también viven de manejar. “Cuando el carro me molesta, le pido que me deje llegar bien a donde voy. Nunca me ha dejado tirado”.

 

José es un testimonio viviente más del arraigo de la Virgen, de cómo echa raíces en el alma de algunos. “Desde niño comencé a andar en carros”, dice orgulloso. Su abuelo Jacobo manejaba un camión. Sus tíos conducen buses en Galapa. Sus 3 hermanos también lo hacen, y el mayor de sus 2 hijos ya se consagró al volante. Para él, el fervor por la Virgen del Carmen y la pasión por el transporte es asunto familiar. Por eso le prende una veladora cada martes en su casa, aún cuando no está sobre ruedas. Y dice que para celebrar se dedicará, simplemente, a trabajar. A transportar a los que hoy vayan a las fiestas de los pueblos a ver las vírgenes embellecidas para la ocasión.

Como otros conductores, él no le mandó a poner el dibujo de María al bus que le tocó manejar. Ni siquiera es de él, aunque encaja con sus convicciones. Dice que no hacen falta pinturas así. Aunque se le infla el pecho al decir que les ha pegado calcomanías de María a cada uno de los 10 carros que ha manejado en la vida. Estas se consiguen por unos $2.000. Cuando se trata de creencias populares, no importa qué tan grande sea el carro. Ni la imagen.

 

Conductor ante su Virgen

 

Por Iván Bernal Marín
Fotos: Jesús Rico

Publicado originalmente el jueves 16 de julio de 2015 en el diario EL HERALDO. http://www.elheraldo.co/local/virgen-saca-al-ruedo-la-fe-de-los-conductores-206009

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Acerca de Iván Bernal Marín

Editor y periodista con estudios en filosofía. “La libertad del cronista permite contar mejor la verdad”, EMcC.
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